Sin embargo, día a día desaprovechamos momentos, instantes que pensamos que se volverán a repetir. Malgastamos palabras con personas prescindibles y descuidamos precisamente a las que no lo son. La sociedad en la que estamos inmersos, y posiblemente nuestra condición de humanos, nos induce a amargarnos con tonterías, a tropezar varias veces con la misma piedra y a pasarlo mal por cosas que, de no estar en nuestra vida, no echaríamos de menos. Vivimos en un mundo en el que decir lo siento, te quiero, o te echo de menos no es algo habitual. En un mundo en el que tener un trabajo y una casa ya es sinónimo de éxito.
Desde mi paso por Estados Unidos he empezado a comprender que el éxito está, precisamente, en entender el valor de los detalles, en ser conscientes de que cada día que amanece puede ser el último, que llorar o mostrar los sentimientos nunca está de más y que la familia y los amigos están por encima de todo. Y no se trata de ser abanderados de una actitud positiva siempre, sino en saber cómo reponernos, afrontar las dificultades de la forma más natural posible y luchar por nosotros mismos, pero también por los nuestros.
Por circunstancias, estoy aprendiendo ahora, a mis 30, que valorar, cuidar, luchar, querer, amar..., debe ser mi filosofía porque será con la única con la que pueda, sencillamente, VIVIR. Mi truco: ser consciente de que cuando piensas que lo estás pasando mal, hay un 100% de posibilidades de que otro esté peor que tú.